Opinión

Todo en manos de la Corona

Por Luis Ábrego - Entre paréntesis

Alberto Fernández y Rodolfo Suarez debieron reconfigurar sus planes y ponerse al frente de una pandemia global, un "enemigo silencioso" que los desafía día a día y los amenaza con llevarlos a gloria o dejarlos sin nada. La crisis menos pensada puede ser también una oportunidad para reconfigurar otro orden político que por lo pronto los expone en cada decisión, sin mayor margen de error.

Tanto Alberto Fernández como Rodolfo Suarez llegaron al poder por contagio. El presidente, tras la nominación de su ahora vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, en lo que constituyó una rareza de construcción política de cuyos efectos institucionales aún se desconoce tanto como sobre las secuelas del Coronavirus que hoy tiene en jaque al planeta. Por su parte, Suarez, asumió como la continuidad del proyecto de Alfredo Cornejo, de cuya decisión y manejo personalísimo se forjó la luego exitosa candidatura del ex intendente de Capital.

Ambos, Fernández y Suarez han intentado construir agenda propia para intentar desmarcarse delicadamente de aquellos poderosos dedos que los señalaron, pero también (ese es el juego que a todos los políticos les gusta jugar) para construir un estilo que a mediano plazo los convierta a ellos mismos en los ejes centrales de su gestiones en pos de asegurar su propio futuro, como así también para intentar decidir la continuidad de sus respectivos proyectos.

Subestimación y recuperación

En eso estaban, mientras todavía se acomodaban en sus despachos cuando la crisis global del Coronavirus no sólo logró mayor presencia en los titulares de los diarios del planeta, sino en la triste contabilidad de las víctimas. Primero en China y otros países asiáticos y luego en Europa y Estados Unidos para extenderse a todo el mundo. Incluso la Argentina.

Fernández decidió ponerse al frente de la situación tras las subestimaciones iniciales de su ministro estrella, el titular de Salud, Ginés González García, quien no sólo aseguró que el Coronavirus difícilmente llegara al país, y que en todo caso le preocupaba más el sarampión y el dengue... O que cuando la ola ya era inevitable no reforzó los controles en la principal vía de ingreso, el aeropuerto de Ezeiza (con suerte, los viajeros debían llenar apenas ¡una declaración jurada!).

Ante ese panorama, Alberto buscó hábilmente el respaldo de los gobernadores y de la oposición. Con consenso y compromiso político se empoderó y encontró la oportunidad ideal para que en los medios y en los pasillos de la Casa Rosada se dejara de hablar más de Cristina que del presidente. Y Fernández, hombre de recorrido extenso en los recovecos del poder, logró con creces su objetivo y por primera vez la centralidad del poder se posó en el presidente y no en su vice.

Su estilo pausado y para nada altisonante al inicio de la crisis intentó explicar la gravedad de la situación y la profundidad de las medidas diseñadas para hacerle frente, especialmente, la cuarentena y restricciones casi totales a libertades individuales consagradas en la Constitución. Asustada y desconcertada, la sociedad se encontró con un presidente que asumía su rol y lejos de retar, aconsejaba con firmeza. Casi un padre.

La euforia oficialista fue en alza. Las encuestadoras nacionales no tardaron en comunicar el altísimo respaldo a las medidas oficiales y el crecimiento de la imagen del propio Fernández. El Albertismo parecía finalmente haber encontrado su plataforma de despegue. Pero se equivocó: confundió la tranquilidad que da saber que frente a la zozobra hay alguien ocupado en resolverla, con unanimidad a sus políticas y seguimiento a sus pareceres.

Y Alberto fue entonces otro. Sobreactuó al instalar la falsa dicotomía entre salud o economía. Y pasó de dar consejos a pelearse y atacar: a tratar de "idiota" al surfer violador de cuarentena y con ello a "los chetos", creando así una nueva grieta que encierra el peligro clasista de estigmatizar a los tienen una posición social acomodada sólo por ello (o acaso sospechando la manera en que fue alcanzada). O tildar de "miserables" a los empresarios a partir de los despidos en Techint; pero como en el ejemplo anterior, generalizando otra vez en desmedro de los que producen y dan empleo, aún con todas las dificultades que eso significa en este país. Para colmo de males, ese "SúperAlberto" remataba su veloz mutación de estadista a capataz al poner en entredicho la posibilidad de disponer compulsivamente del sistema privado de salud, o al considerar a Hugo Moyano como un sindicalista "ejemplar", rememorando viejas imágenes de las sociedades impropias entre poder político y poder sindical en Argentina. Una tentación siempre latente cada vez que gobierna el peronismo.

Sin embargo, el castillo naipes se vio derrumbado (o al menos desparramado sobre la mesa como para volver a empezar el juego) cuando el viernes en todo el país, millones de jubilados atestaron las puertas y las inmediaciones de los bancos en lo que era su reapertura "programada". La aglomeración, el caos, la nula posibilidad del tan declamado "distanciamiento social" (justamente, en la población de más alto riesgo) parecen haber desarmado la ilusión albertista de la unanimidad como motor para salir de la crisis. Y dejó un tendal de heridos y cruces entre la Casa Rosada, la Anses, el Banco Central y el gremio de La Bancaria por la imprevisión que propició la ruptura abrupta de la cuarentena frente a una sociedad que mayoritariamente acató la decisión presidencial.

En el episodio del fallido pago a los jubilados la Nación demostró torpeza e indolencia. Esa misma que el actual elenco gubernamental le achacaba con frecuencia a cada decisión de Mauricio Macri. Pero además, falta de previsión y escaso manejo de ese universo social y etáreo que es reacio a la tecnología y sensible a la plata en mano para su economía doméstica.

Con episodios como el de los bancos y la cuarentena extendida hasta Semana Santa, las polémicas desatadas por la centralización de los testeos que no permite conocer con exactitud la realidad de casos en el país y alguna queja sobre la distribución de los recursos en esta circunstancia excepcional, Fernández está obligado a pensar muy bien sus próximos pasos. La realidad le demostró que con su liderazgo no alcanza. Mucho menos con sus apelaciones a polarizar diferencias sociales o extremar las grietas en pos de fidelizar votantes.

Difícilmente la cuarentena tal cual la hemos conocido pueda extenderse más allá del 13 de abril. La presión empresaria y la necesidad de mover una economía paralizada y evitar así otras víctimas colaterales de esta pandemia, harán que gradualmente en algunos sectores, horarios y territorios puedan liberarse actividades. Con una salvedad impredecible: será en el mismo momento en el que el propio Gobierno estima que el pico de los casos podrá tomar mayor relevancia.

Sobriedad ante la fragilidad fiscal

En Mendoza, Suarez recibió las restricciones de la cuarentena y el impacto del Coronavirus como un nuevo obstáculo en su breve pero intenso período de lo que va de su mandato. La polémica por el fallido debate minero en Mendoza, del que intentó capitalizar su capacidad de escucha (pero que en la práctica significó un duro traspié político) había sido el bautismo de fuego de una gestión que desde el 10 de diciembre no ha tenido tregua. A ello se le sumó la interminable discusión presupuestaria, en particular por la toma de autorizaciones para endeudamiento que tras la negativa del PJ para avalar, terminó significando otro mal momento político en el primer año de gestión y en un contexto recesivo signado por la renegociación nacional de la deuda pública bajo la amenaza de un nuevo default.

La caída de la cotización internacional del petróleo le dio otra mala noticia a Suarez, por el impacto que eso tiene en la distribución de regalías. Pero no alcanzó a reponerse cuando las decisiones nacionales sobre el impacto del Coronavirus lo obligaron a cambiar el chip y poner todos los esfuerzos en activar resortes locales para enfrentar la pandemia. Rápidamente, no sólo se alineó con la Casa Rosada como el resto de los gobernadores, sino que también se anticipó a considerar que en estas circunstancias era la clase política la que además de la sociedad debía dar un gesto. Dispuso así la limitación de los sueldos públicos de sus funcionarios, con un tope de 50 mil pesos, invitando a los municipios y a los otros poderes a acompañarlo. Aquella decisión ha sido imitada días después en diversas provincias y hasta la Cámara de Diputados de la Nación analiza avanzar en esa dirección.

Suarez -como Fernández- entendió que debía ponerse al frente de la situación, pero que también la crisis era una gran oportunidad para solidificar su propia entidad y liderazgo en la dirección que esbozó durante la campaña: apostar al diálogo, generar empleo, agilizar el Estado. La dimensión de esta pandemia lo obliga a reconfigurar por completo su agenda ante la caída de la recaudación provincial y la coparticipación nacional producto de la parálisis, y la necesidad de volcar recursos originalmente previstos para otros rubros a reforzar el sistema sanitario y atender las urgencias de la economía.

Esa ventana se materializó en los decretos 359 y 401 que esta semana la Legislatura ratificó, tras la aprobación de ambas cámaras, y que le permiten esa premura propia de una circunstancia tan excepcional, pero también lo que la oposición le había negado oportunamente: endeudamiento por 19 mil millones de pesos. Así, con "superpoderes" y la posibilidad de acceder a los créditos internacionales de los organismos multilaterales, el gobernador pretende hacer frente a un desafío que sin dudas marcará el futuro de su gestión.

En Casa de Gobierno sostienen que la autorización de endeudamiento conseguida "no es una avivada", sino que estará destinada sólo a las demandas de la emergencia, incluso con control de la oposición a través de una comisión bicameral de seguimiento. "Rody no sólo ha sido responsable en este tiempo, sino que también claramente institucional", remarcan cerca del mandatario.

Por lo pronto, esta semana Suarez y su gabinete estarán centrados en trabajar los protocolos necesarios para una posible flexibilización de la cuarentena, a fin de establecer tanto para el sector público como el privado, los alcances y las modalidades de cada actividad en pos del intento de vuelta a la normalidad. Se entusiasman con tener más precisión en el diagnóstico con la incorporación de los 500 nuevos test recientemente adquiridos para el Hospital Lencinas y prometen más para la semana próxima. Así como en la ayuda a las pymes que anunció el ministro Enrique Vaquié.

Fustigan el "oportunismo político" de algunos actores de la vida pública como la advertencia de los organismos de Derechos Humanos por posibles abusos policiales en la situación de excepción, pero destacan: "Eso es jugar a la política mezquina. No tenemos ni un solo infectado en las cárceles...". Y hasta apuntan a algunos oficialistas como es el caso del diputado Jorge Difonso, con su proyecto de eliminar una cámara legislativa en sintonía con una de las propuestas de campaña de Suarez, y al intendente Daniel Orozco de Las Heras, quien dispuso sin coordinación con la provincia el acondicionamiento de camas en el polideportivo Polimeni, en una acción que desde el Ejecutivo tildaron de egoísta y de "cortarse solo".

La preocupación oficial se centra, por estas horas, en el incesante ingreso de personas por la frontera. Sólo ayer llegaron 279 personas por Horcones a las que se le hace el seguimiento y acompañamiento, pero admiten que allí hay un punto débil en el manejo de la situación. De hecho, cuando ya regía el aislamiento pero aún el país no había cerrado sus fronteras arribaron a Mendoza casi 5.000 personas. Una bomba de tiempo sanitaria.

Tanto desde el Gobierno como desde algunas de las habituales encuestadoras admiten que no tienen sondeos sobre la impresión que los mendocinos tienen respecto del manejo de la crisis que ha hecho Mendoza. Sin embargo, unos y otros coinciden que Suarez ha sido "sobrio y prudente" y que los mendocinos tienden a valorar gobiernos con esa impronta.

En el borde

La velocidad del desarrollo de los acontecimientos derivados de la pandemia, sus impactos sanitarios, sociales, económicos, políticos son aún incalculables y es el gran desafío que desde Nación y las provincias sus gobernantes deben enfrentar. Cada paso en falso puede significar la pérdida de capital simbólico o el repudio de una sociedad sensible a la emergencia, pero también sicotizada por el encierro, que no soporta más desigualdades, ni maltratos. Mucho menos con los trabajan y aportan (o lo hicieron en su momento, como los jubilados) para sostener ese sistema público hoy revalorizado por su eficaz respuesta.

Más allá de sus habilidades y talentos, Fernández y Suarez se exponen políticamente a la ferocidad del virus. Ellos, como dirigentes, son grupo de riesgo de una amenaza que por lo visto en otros países aquí apenas se está insinuando y de cuyas decisiones podrá hacerse frente con el menor impacto posible. Por ahora, al menos por lo que queda del año, no hay esperanzas de otras aspiraciones que no sean pasar el pico de contagios, "aplanar la curva", y de lo que quede en pie intentar reconstruir, una vez más, este país inmunológica pero también económicamente debilitado después de tanta mala praxis.

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