El presidente viaja a Europa para sumar apoyo político en futuras negociaciones

Por Sección Política

Alberto Fernández visitará Roma, Madrid y París para sumar apoyo político a su futura negociación de la deuda externa con el Fondo Monetario Internacional (FMI). En esos días de febrero, Axel Kicillof estará en plena pulseada con los bonistas de Buenos Aires para cerrar un acuerdo que por ahora solo existe en su voluntarismo político. La posición final del gobernador bonaerense impactará en la próxima gira del Presidente por una simple razón política: es obvio que Kicillof hará lo que instruya Alberto Fernández, y esa instrucción vertical será leída en Europa como el leading case de Argentina vs los bonistas y el FMI.

El presidente se reunirá con Giuseppe Conte, premier italiano, a principio de febrero (probablemente el 3). Sucederá después de la audiencia oficial con Francisco, que está prevista para el 31 de enero. El Papa conversará con Alberto Fernández sobre la deuda externa, pero eso no implica que el Vaticano interceda en la negociación de Argentina con el Fondo. Nadie lo quiere: ni Alberto Fernández, ni Francisco.

Cuando termine su escala en Roma, el presidente tomará un avión comercial para volar hasta Madrid. Si no hay cambios en la agenda de viaje, Alberto Fernández se reunirá con Pedro Sánchez -jefe de Gobierno español- y el Rey de España Felipe VI. El presidente y el rey se cruzaron en Jerusalén, y allí planificaron su encuentro en la Zarzuela. La cita será el 4 de febrero.

Y un día más tarde, el 5 al mediodía, Alberto Fernández se encontrará en el Palacio Eliseo con Emmanuel Macron. Habrá un almuerzo entre ambos jefes de Estado, que hablaron por teléfono antes de la asunción presidencial y se encontraron en Jerusalén durante el homenaje mundial a las víctimas del Holocausto. Después de escuchar las palabras de Vladimir Putin, Mike Pence y el Príncipe Carlos de Gales, Alberto Fernández comentó en privado que Macron "había hecho el mejor discurso".

Mientras Alberto Fernández recorre tres capitales de Europa para tener volumen político internacional ante el FMI, Axel Kicillof librará su propia batalla frente a los bonistas de la Provincia que -por ahora- no aceptan su propuesta unilateral de postergar el pago parcial del capital hasta el primero de mayo. Kicillof debe juntar el 75 por ciento de los bonistas para lograr su postergación, una porcentaje que se asemeja a la parábola de Moby Dick.

Kicillof no tiene certeza de todos los titulares del bono provincial, no ofrece nada más que pagar los intereses en tiempo y forma, y jura que honrará la deuda el próximo 1 de mayo. Al otro lado de la trinchera, en los bufetes de Manhattan, desconfían del gobernador bonaerense y están más cerca de rechazar la postergación unilateral.

Si esto sucede, será conocido el 31 de enero, horas después de la audiencia del presidente con el Papa. Ese día, en Roma, Alberto Fernández deberá contestar dos clases diferentes de pregunta: ¿Cómo le fue con Francisco? y ¿qué hará con la deuda provincial que está al borde del default selectivo?

A partir de ese momento, las reuniones oficiales en Roma, Madrid y París estarán jaqueadas por la situación de los bonistas bonaerenses. Kicillof es peronista, maneja la provincia más importante del país y ha señalado que su estrategia está plegada a la estrategia que diseñó Martín Guzmán, ministro de Economía, que a su vez sólo cumple órdenes del Presidente de la Nación.

El 31 de enero vence el plazo prorrogado por Kicillof para conocer si los bonistas aceptaron su propuesta. En este contexto, cuando tengan enfrente a Alberto Fernández, Sánchez y Felipe VI en Madrid, Conte en Roma y Macron en País, le preguntarán cómo seguirá la negociación de Kicillof y si el resultado de esa negociación implica un adelanto en escala menor respecto a su estrategia nacional para pulsear con los bonistas bajo jurisdicción extranjera y el FMI.

Esa pregunta obvia y sin mala intención se podría transformar en una emboscada casual y con fuego amigo: Alberto Fernández puede contestar que no respalda el Plan Kicillof, lo que implicaría una crisis política, financiera y económica de magnitud infinita. O afirmar que apoya la estrategia de postergar el pago de capital de manera unilateral sin nada a cambio (Plan Kicillof).

Italia, España y Francia, (casi el 9 % de los votos en el Fondo), tienen intenciones políticas de sostener a la Argentina en su negociación con el FMI y los bonistas bajo ley extranjera, pero no harán un sólo paso si ello implica avalar una propuesta sin el consentimiento expreso de los acreedores.

Conte, Sánchez y Macron sólo involucrarán si la Casa Rosada presenta una hoja de ruta que exhiba la voluntad institucional de llegar a un consenso entre las partes. Caso contrario, habrá palmadas en el hombro y cero respaldo en Washington.

Hay un fecha apremiante de febrero en el calendario de Kicillof que se anticipa a dos citas claves de la agenda que Alberto Fernández tiene previsto cumplir en Europa. Si el 31 de febrero, Kicillof no logra obtener el consentimiento del 75 por ciento de los tenedores de bonos de la provincia, el gobernador puede ratificar que no pagará hasta el 1 de mayo u honrar la deuda para evitar el default selectivo.

Si decide honrar la deuda, Kicillof tiene que "disparar el pago" el 3 de febrero para que llegue a los bancos antes que termine el 5 de febrero. Ese día, 5 de febrero, tiene una importancia superlativa: vence el plazo fijado en el prospecto legal para que los bonistas decidan oficialmente si -para ellos- Argentina está en cesación de pagos.

Es decir: si Kicillof "dispara el pago" después del 3 de febrero, Argentina puede caer en "default selectivo" porque los fondos no llegarán a acreditarse al 5 de febrero, el último día que tienen los acreedores para decidir si aceptan la oferta del gobierno provincial o se presentan en los tribunales de New York para iniciar la demanda contra Buenos Aires.

De todas maneras, y en todos los casos, Alberto Fernández deberá revelar a sus interlocutores de Roma, Madrid y París, si las idas y vueltas de Kicillof implican una lógica de negociación que él también usaría para los bonistas con legislación extranjera y el FMI.

El presidente dirá que sí.

Kicillof es un ariete en la estrategia nacional frente a la deuda externa y Alberto Fernández no lo entregará bajo ninguna circunstancia. Eso implica que apoya su estrategia de postergar el pago hasta el 1 de mayo, y también avalar su decisión de pagar como corresponde, si lo considera óptimo frente a un bloque cerrado de acreedores que no está en condiciones de romper.

Hasta el viernes pasado, cuando voló junto al presidente desde Tel Aviv a Buenos Aires, Kicillof no tenía ni la mitad de los bonistas para lograr un acuerdo que evite el "default selectivo".

Al gobernador le quedan pocos días hasta que el presidente regrese al exterior para sumar respaldo político a su propuesta de negociación de la deuda externa. Si la provincia mueve sin aval de los acreedores, Alberto Fernández sólo recibirá apoyo testimonial en sus reuniones con Macron, Sánchez y Conte. 

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