Las tornas se han cambiado. Los países llamados occidentales, los socios de la Unión Europea y Estados Unidos fundamentalmente, eran previsibles, tranquilos y fiables. Los países menos desarrollados, el resto del planeta en realidad, navegaban en la incertidumbre y los sobresaltos. Tanta riqueza y tanta agenda pautada han terminado saturando a los agentes políticos, hasta revalorizar el riesgo y la frivolidad. Los 27 socios europeos han dado buena prueba de ello en el año y medio de agónica discusión irresolutiva sobre el rescate de Grecia, sabiendo que jugaban con el mayor logro conseguido por la UE en toda su historia, el euro, la moneda única. Algo similar están haciendo los congresistas estadounidenses, dispuestos a llevar a su país a la suspensión de pagos a partir del 2 de agosto antes que renunciar a los dogmas políticos de cada uno de los partidos: el que prohíbe subir los impuestos a los republicanos y el que obliga a defender la cobertura social a los demócratas.