Pobreza: no sólo un fracaso político

El aumento de los pobres en el país no ha sido una sorpresa. Pero el impacto del 32% no sólo exterioriza la real situación del país. Resiente la relación, por demás delicada, entre los socios de la coalición de gobierno.

 Luego de los nuevos números oficiales sobre el nivel de pobreza conocido ayer -el segundo más alto de la administración de Cambiemos, y que volvió a colocar al país en el mismo lugar en el que el presidente Mauricio Macri lo encontró a fines del 2015-, no queda más que esperar que, de aquí en más, el Ejecutivo al menos reaccione ya no para buscar su propia salvación en las elecciones de octubre, sino más bien para evitar o al menos frenar, el descenso de más argentinos a esos confines de desesperanza, angustia, tristeza y marginalidad casi absolutos.

Macri no asistió al anuncio oficial del nuevo índice que indica que el 32 por ciento de los argentinos vive, o sobrevive, con los pesos mínimos casi para alimentarse, vestirse y movilizarse. Sí lo hicieron la ministra del área de Desarrollo Social, Carolina Stanley y el de la Producción y Trabajo, Dante Sica. "Es un día triste, como ha sido el de ayer", comentó Stanley. Pero además de triste, de lo que no hay duda, el momento es mucho más complicado y supera ese estado de ánimo que refleja un sentimiento particular y un grado de sensibilidad social del cual no habría que dudar, al menos por parte de la ministra.

Se trata de que el gobierno no le encontró la vuelta a una de las tres premisas que se planteó ir a buscar y solucionar, ese objetivo de la pobreza cero de la que ha quedado tan lejos y que, con lo que le queda de gestión, resulta muy poco probable que revierta la tendencia.

Hubo un momento, en cuanto a la pobreza, mucho más acuciante que el actual. Ese fue, de acuerdo con la estadística oficial, hacia fines del primer trimestre del 2016 cuando el nuevo INDEC, tras el apagón estadístico que reinó durante el gobierno de Cristina, el índice mostraba que en el país había 32,2 por ciento de pobres. Pero el gobierno de Macri recién arrancaba y por aquel tiempo todavía estaba vivía y encendida la llama esperanzadora del cambio de rumbo para la economía del país en millones de argentinos.

Independientemente del resultado electoral que se dará en octubre y, eventualmente, en noviembre con la casi segunda vuelta electoral, la administración de Macri fracasó en un sentido amplio en las líneas que se trazó y se autoimpuso cumplir: la unión de los argentinos y la pobreza cero tomado como un concepto, un fin general y en sí mismo. La tercera meta era luchar a brazo partido contra el narcotráfico. Nunca encontró el camino para enderezar el país y tampoco se dejó ayudar, ignorando la visión de la política que le podría haber dado una chance al menos, más allá de garantías, pero sí una mirada distinta a lo que tenía prefijado para buscar el acierto.

Hoy Macri pena, como una consecuencia altamente negativa y perjudicial, el haberse encerrado en un núcleo inquebrantable dominado por dos o tres protagonistas del gobierno en los que depositó toda su confianza. Marginó a los radicales y a los propios peronistas que formaron parte de una aventura que terminó por alcanzar la gloria en el 2015. El duranbarbismo lo condujo a creer sólo en la intuición del poderoso Marcos Peña, el jefe de Gabinete que siempre le repiqueteó que la única política posible para su gobierno era su propia política -"la buena" según solían decir en el entorno del presidente- en contraposición con la que los radicales y peronistas de la coalición le sugerían, como buscar ampliar la base de sustentación del propio gobierno sumando más visiones y variadas: la de las universidades, la de la sociedad civil, la de los empresarios, trabajadores y por supuesto, escuchar a sus socios de la coalición.

El nuevo número de pobres en el país, cercano a los 13 millones y de casi 14 millones si se toman los datos de las zonas rurales, sorprende a pocos, pero le va a generar más turbulencia a la por demás delicada relación que tiene Macri con los radicales, quienes se debaten entre dejar la sociedad, enfrentar al presidente en una interna o seguir hasta el fin esperando que se dé una suerte de milagro electoral que le dé una chance más a la expresión política en la que millones creyeron como la síntesis de lo que necesitaba la Argentina.

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