Esta vez el relato está en problemas. El Gobierno no ha podido culpar a nadie, como lo hizo en ocasiones anteriores, para evitar que la profunda conmoción de la tragedia de Once no lo impactara de lleno. Esa táctica -poner la culpa en el otro, cualquiera sea, amigo, aliado o enemigo- esta vez no ha servido de nada. En cambio, lo puso en ridículo, primero, y en evidencia, después, por las disidencias internas que la tragedia desató en el oficialismo.