Gobernar no es poblar ni administrar, ni poner orden ni repartir riquezas. Están todos ustedes equivocados, compañeros. Gobernar es leer los diarios. Y dominar los medios. Los propios y los ajenos. Como ya todo el mundo sabe, el periodismo es el origen de todos los males. Por lo tanto, si se gobierna al periodismo se gobierna al país. Así de simple.
Esta política de Estado convierte al Gobierno en un Tribunal de Disciplina Permanente. Son los funcionarios quienes, con el dedo levantado, juzgan a los periodistas. Como si los directores de cine escribieran todos los viernes duras reseñas contra los críticos cinematográficos que se atrevieron a analizar sus películas. Los sueldos que los mismos funcionarios les pagan, con el dinero del pueblo, a otros periodistas para que hagan esa tarea punitiva son escandalosos. Y está tan naturalizado el lema "administrar es gobernar a la opinión pública" que el oficialismo se permite silenciar, por ejemplo, los gravísimos resultados de una investigación sobre el vicepresidente de la Nación. El Gobierno se cree con el derecho institucional de no dar explicaciones. Y para su militancia envía un mensaje: los diarios mienten y esto también es una mentira. Cuando la palabra ajuste se repite en los titulares, hay que malvinizar la Argentina. Tienen tantos trucos, son tan buenos en este juego, que estoy seguro de que harán escuela. Nadie que los suceda querrá renunciar a esta costumbre de manipular.
En ese contexto, es particularmente interesante lo que sucedió hace una semana con la policía. Hay orden de utilizar la política de seguridad para limar a las dos más grandes amenazas del kirchnerismo: Macri y Scioli. La derecha. Al primero le sacaron la Federal de los hospitales. Pero como yo tengo una buena prepaga no me asusté. Luego le quitaron la Federal de los subtes, pero como yo viajo en coche no me sentí afectado. Ahora bien, el martes 7 la policía no supo proteger mínimamente en Plaza de Mayo al diputado Díaz Bancalari, que fue noqueado por veteranos de Malvinas. El miércoles 8 asesinaron a un fotógrafo francés acostumbrado a nadar entre tiburones: lo apuñalaron en plaza San Martín y las imágenes filmadas horrorizaron a los argentinos. El jueves 9 ya todos los ciudadanos parecían espantados por la impune violencia que se verifica a diario en Retiro y por la ausencia inexplicable de la Federal. La cosa se ponía espesa, de modo que el Gobierno decidió hacer uno de sus malabares mediáticos. La ministra de Seguridad dio una conferencia de prensa, pero no lo hizo para hablar sobre todas estas cuestiones que angustian a la sociedad. Lo hizo en nombre del Tribunal de Disciplina Permanente, como ombudsman de lectores, oyentes y telespectadores. La defensora del buen gusto y la veracidad se ocupó de dos medios sensacionalistas: uno había publicado fotos birladas de una sede policial y el otro había inventado una nota televisiva. Esas aberraciones amarillistas, que son tan viejas como el oficio, despertaron obvios repudios y le permitieron al aparato propagandístico enterrar el caso del fotógrafo y dedicarse con fruición y seriedad a esa estupidez. Y de paso eludir prolijamente el caso Boudou, la noticia de que todos los organismos de control pasarán a ser controlados por el Gobierno, el espionaje a opositores por parte de fuerzas de seguridad y también la represión sin eufemismos que se les aplicó a ex soldados de la guerra y a grupos antimineros.
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