Opinión

Scioli se la aguanta leyendo aforismos

Hay una definición de Daniel Scioli que le dibuja el perfil de un solo trazo. El gobernador comenta, sin empacho ni falso populismo, que su frase favorita es un aforismo de José Narosky que dice así: “La tolerancia requiere más carácter que la violencia” . Ni invocación a próceres de la literatura, ni adscripción a ideas heroicas, innovadoras o transformadoras. Apenas un himno a la capacidad de soportar sin reaccionar. En fin, algo de lo que es Scioli en la política.

Narosky, escribano y escritor, ha sido llamado “el rey del pensamiento corto” . En treinta y cinco años de carrera lleva vendidos más de 1.700.000 libros. A Scioli le encantan los grandes números.

Yo no soy quejoso, no voy a ir corriendo a las polleras de la Presidenta para decirle que los chicos me están molestand o. Cuentan que así dice Scioli cuando los amigos le preguntan por qué aguanta sin replicar las mil y una maldades que le dedican los expertos en demoliciones que prometen dar la vida por Cristina mientras colocan a sus amiguetes en puestos públicos y trajinan divertidos y tan entusiasmados por hoteles cinco estrellas, en el país o en el exterior, por supuesto con todo pago.

Scioli escucha a los impacientes, por lo general sin impacientarse.

No me dejo llevar por los que dicen que vienen de parte de ella, o que le escucharon decir a ella tal cosa . Es otra de sus explicaciones, aburridas de tanto que las repite.

Soy leal, pero no soy obsecuente ni fanático, y no llegué adonde llegué por ser un tipo sin carácte r. Así afirma el lector de Narosky cuando le llenan la paciencia un poco más de la cuenta. Y no entra en la lógica que le proponen los que quieren sacarlo de la cancha. Porque de eso se trata: de maniatarlo y si fuera posible descabezarlo para que no tenga posibilidad de figurar en el próximo turno grande, el de 2015.

Scioli sigue en la suya, aunque muchos opinen que aguantando calladito lo que sea, va a terminar por eliminarse solo del juego.

Cuando hace falta hablo a fondo con la Presidenta , suele decir también. Si le preguntan por la última de esas charlas a fondo admite que fue en junio pasado, cuando se armaron las candidaturas. No es que le haya ido de maravillas en aquel encuentro. Y desde entonces pasó un tiempo, digamos.

Cristina nunca se metió en la conformación de mi equipo de gobierno , es otra de sus muletillas. Es cierto. La Presidenta le dejó armar el gabinete a su gusto, no puso ni una pieza de ese rompecabezas. Pero le digitó las listas nacionales y provinciales y le mandó expropiar el control de la Legislatura bonaerense, sobre todo de su generosa caja, acogotando de ese modo la lubricación del aparato.

Sin caja no hay política y sin política no hay caja, principio recíproco del credo kirchnerista que es de observación estricta para todos sus fieles.

Resulta que un día Scioli se calentó, o consideró que tenía que mostrar que se había calentado. Fue hace unos días, cuando jugó algo parecido a un partido de fútbol con el equipo de Mauricio Macri, el otro archienemigo de los cristinistas. Y le dieron para que tenga. Su vicegobernador, el rústico Gabriel Mariotto, corrió a sacarse una foto con el presidente interino Amado Boudou para dejar en claro quiénes son los buenos de la película. A Scioli, sacrílego contra su voluntad, le llovieron las críticas desde el templo oficial. Fue entonces cuando puso en escena su calentura.

No busco problemas pero todo tiene un límite, fue su explicación después del exabrupto. Nadie le contestó y Scioli creyó haberles marcado la cancha por un rato a los que buscan tumbarlo.

Unos días después armó el escenario de respuesta a sus objetores del modo que más le gusta y más le rinde. Recital el viernes 13 en Mar del Plata, gratis y a cielo abierto en el Paseo Hermitage. Ni posmodernismo, ni relato. Sin sanata y sin sorpresas. Figuras de popularidad callejera largamente probada. Los Wachiturros, Soledad, el dúo Pimpinela, Cacho Castaña, gran final con Palito Ortega y como si eso fuera poco, Carlitos Tévez firmando pelotas y pateándolas a un público entusiasmado.

Ante esa multitud que el cálculo oficial de la Provincia exageró en 180.000 personas, Scioli y su mujer, la glamorosa Karina Rabolini, aparecieron de modo dosificado junto a los artistas: sin desesperar por apropiarse del papel estelar, pero dejando en claro de quién era el negocio y la ganancia política.

La noche siguiente, en horario central, una cuidada edición del show fue transmitida por Canal 9 con un rating promedio de 4,9 puntos, equivalentes a unos 500.000 espectadores, superando en mucho la media de ese canal que integra la cadena de la felicidad kirchnerista. Quien quiera oír, que oiga.

Scioli, que a veces parece ingenuo, aprovechó la oleada y dijo lo suyo a quien quisiera escucharlo.

A mí no me votó el 55% de la gente para que deje de ser el que soy, ni para que cambie mis políticas, incluyendo la de seguridad, sino para que las profundice . Provocativa ratificación de lo hecho en el territorio de gestión que el cristinismo de paladar negro más le reprocha. Y sutil refriegue del porcentaje electoral propio, caudal que ninguno de los que quiere serrucharle el piso puede oler ni siquiera de lejos.

Pero sus enemigos no se detienen en minucias. Absorben el golpe, bufan un poco y siguen.

Mariotto no será un fino político florentino, pero tiene la áspera constancia de quien sabe que detrás del muro a derribar está su premio. Puede cometer torpezas notables como cuestionarle a Scioli su vocación por sentarse a la mesa de Mirtha Legrand, y comerse la réplica en forma de fotos de Néstor y Cristina, nada menos, trajinando los almuerzos más famosos. Pero Mariotto, imperturbable, sigue caminando la provincia y apalabrando intendentes que, cuando lo ven llegar, sienten la cálida proximidad de la chequera del Gobierno nacional.

Scioli les ayuda con los votos y les presta -a los que la necesiten- algunas raciones de su popularidad. Pero Mariotto les trae la promesa de plata para hacer obras, convenientemente adornada con bellas palabras sobre el modelo, que apenas alcanzan a enmascarar la realidad descarnada. Muchos intendentes juegan a dos puntas: su primera lealtad política es para consigo mismos. Van a ser de todos y de ninguno, hasta que vean cuál es la jugada que les conviene. Pero para eso falta mucho.

El problema hoy no es de los intendentes, sino de Scioli. Al gobernador se la tienen jurada y él lo sabe muy bien. Aunque muchas veces actúe como si ignorase incluso una cuestión tan evidente, casi resignado a la verificación de otro aforismo de su admirado Narosky: “Para tener adversarios basta pensar diferente” .

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