La titular de la Dirección Nacional de Políticas para Adultos Mayores, Mónica Roqué, aseguró que si bien entre los argentinos hay más mujeres que hombres y esta feminización se va haciendo más notable a partir de los 60 años, ellas llegan en peores condiciones a la vejez por tratarse de un subgrupo vulnerado a lo largo de la vida, lo que se potencia ya como adultas mayores.
La Argentina es un país envejecido con una franca feminización de la vejez: las mujeres vivimos más tiempo que los varones, pero con más enfermedades crónicas y discapacidades, afirmó al disertar en el Primer Seminario Internacional sobre Género y Diversidad Sexual en la Vejez que se realizó esta semana en el Palacio San Martín.
Además, las mujeres llegan en peores condiciones porque hemos sido un subgrupo vulnerado a lo largo de toda la vida y esto se potencia en la vejez, agregó durante la conferencia Situación de las mujeres mayores en Argentina que formó parte de la jornada organizada por la Dinapam y la Facultad de Psicología de la Universidad de Mar del Plata.
Esa situación de desventaja se evidencia a través de una multiplicidad de factores, como la pobreza, el padecimiento de enfermedades crónicas, la convivencia con alguna discapacidad, el hacinamiento, la soledad, la depresión, entre otras.
Argentina es un país que envejece porque 1 de cada 9 personas tiene más de 60 años y se espera que esta proporción se acreciente considerablemente hacia el 2025, cuando serán 1 de cada 5.
Pero, por otro lado, hay una marcada diferencia de género entre quienes llegan a viejos que es fácilmente comprobable por el índice de masculinidad, un indicador poblacional que expresa la cantidad de hombres por cada 100 mujeres en un determinado territorio.
Así, en 2010 había 103 bebés varones menores de 1 año por cada 100 bebas, pero a partir de los 20 años las proporciones de hombre y mujeres se igualan y, a partir de allí, la predominancia de ellas es cada vez mayor: a los 65 años el índice de masculinidad es de 85, a los 75 años de 70, a los 84 años de 50, a los 90 años de 37 y a los 99 años de sólo 21.
Las razones por la que las mujeres sobreviven a los hombres de su generación, son fundamentalmente culturales, explicó Roqué: Vivimos más porque en principio estamos más acostumbradas a ir el médico por el ciclo reproductivo, y así podemos prevenir patologías o tratar otras que se nos vuelven crónicas o nos producen alguna discapacidad, pero no nos matan.
En cambio, para los varones hay un mandato de que, como son el sexo fuerte, nunca se tienen que enfermar, no tienen que llorar, no tienen que sentir, sino sólo trabajar y proveer: la consecuencia es que viven menos, pero con menor discapacidad, dijo.
La vulnerabilidad de las mujeres adultas mayores se vincula al nivel de ingresos: "Muchas veces ocurre que el único trabajo que tienen es el de ama de casa, una actividad que no genera remuneración y que permite que sean mantenidas económicamente por el marido y cuando él se muere, quedan empobrecidas.
Y las que sí trabajan, a partir de los 35 ó 40 años se topan con el techo de cristal, tal como se denomina a esa barrera laboral invisible que en determinado punto les impide seguir avanzando en su carrera laboral.
Por otro lado, la Primera Encuesta Nacional sobre Calidad de Vida de Adultos Mayores (ENCaViAM), realizada por el Indec en 2012, demostró que la probabilidad de que una mujer de más de 60 años viva hacinada -es decir, compartiendo habitación con al menos otras dos personas- es 5 veces más elevada que para los hombres.
Esto tiene que ver con la situación de desprotección económica que tenemos las mujeres o con la tendencia a tener patologías crónicas o discapacidades que requieren los cuidados del grupo familiar, dijo Roqué.
Como consecuencia de la mayor expectativa de vida de las mujeres, sólo un 40% de las mayores de 60 se encuentran casadas -contra el 73% de los hombres- porque el 38,6% son viudas.
Además, el 71% de quienes viven en geriátricos y residencias de larga estadía son mujeres.
En cuanto a la salud mental, durante 2012 fueron diagnosticadas de depresión el doble de mujeres mayores que de hombres y ellas reconocieron usar más sedantes, ansiolíticos y pastillas para dormir que ellos.
Roqué enumeró las múltiples políticas públicas que están consiguiendo revertir esta situación de vulnerabilidad, tales como la jubilación de las amas de casa, la pensión para el sobreviviente en una pareja en unión de hecho y las moratorias previsionales que permiten que hoy esté jubilado el 97% de las personas en edad de hacerlo.
También mencionó el Programa Nacional de Cuidadores Domiciliarios que ya formó a 43 mil cuidadores, permitiendo que PAMI y otras obras sociales lo hayan incorporado como una prestación.