Por Walter Gazzo

Una fiesta correcta pero sin sorpresas ni emoción

Postales de un oasis que late” no pasará a la historia por ser una fiesta bisagra.

La noche mendocina volvió a ser testigo de un nuevo Acto Central de la Fiesta Nacional de la Vendimia. Esta vez, el título que se puso en escena fue “Postales de un oasis que late”, un compendio de doce actos que si bien nunca estuvieron vinculados entre si demostraron que eran vivencias lugareñas insoslayables y propias.

Esta fiesta contó con el guión de la talentosa Liliana Bodoc y, por cierto, los textos lucieron impecables, expresivos, auténticos y vivos y eso debe ser el punto de excelencia de esta fiesta. Pero no hubo mucho más que eso.

La tecnología ganó un espacio considerable con luces, sonido, pantallas y proyecciones de primer mundo y unas cajas lumínicas resueltas de gran manera con los leds. Así, tal vez lo más llamativo y sorprendente fue la proyección en 3D sobre el escenario central, recurso que fue utilizado de muy buena manera.

Y si bien el escenario se notó un tanto más chico que veces anteriores, como más superficie para el agua –que solo fue utilizada dos veces-, el mismo fue protagonista principal por su moderno diseño. Esto quedó demostrado en cada una de las postales ya sea con coreografías masivas o minimalistas. Un escenario fantástico.

La música

La propuesta del director musical de evento, Darío Ghisaura, fue desafiante. Apeló a canciones originales bellas como “Mi amada Mendoza” –que tiene tanta fuerza que fue capaz de abrir la noche- y otras como “Racimo de amor”, que se quedó a medio camino de ser un hit pegadizo. Pero a la hora de los clásicos cuyanos recurrió a los consagrados del género para interpretarlos. Y se animó a jazzear en el cuadro del agua y a jugar con sonidos exquisitos en el cuadro del otoño.

A fuerza de ser sinceros, nunca en una Vendimia hubo tantos músicos de altísima calidad y cantantes de reconocida trayectoria. Entonces, los dirigidos por Pepe Sánchez no solo brillaron sino que se apoderaron de la atención general tanto por su talento y propuesta como por su preponderante ubicación espacial.

Pero ni la poderosa música ni la sutil coreografía logró despertar el interés y la emoción de la gente y sencillamente se debe que sobre el escenario se planteó una serie de actos prolijos pero con la ausencia de un hilo conductor que terminara por ponerle el moño a la noche.

Como nunca antes había sucedido, en “Postales… “ hubo tres malambos y ni siquiera así se logró contagiar al público.

En síntesis, “Postales de un oasis que late” fue una fiesta linda, prolija, demasiado cuidada pero sin emoción ni pasión. La idea de no pasar sobresaltos se cumplió pero a todos nos quedó un gusto de que algo más se podría haber ofrecido.

Para el final, dos preguntas:

-En la postal “Hacedores del vino”, ¿qué hacían decenas de hombres bailando ataviados como mineros? ¿Habrá sido un mensaje subliminal?

-En la Postal “El nacimiento” hubo una evocación a los años 70, musicalmente hablando. Así pasaron algunas canciones muy conocidas y el momento de desconcierto se dio en la apertura de esa secuencia, cuando se cantó “Primavera y verano feliz”, que si bien aparece con el crédito de The Spring Boys es muchísima más conocida en Mendoza por ser una de los jingles históricos de Radio Nihuil. ¿Fue una devolución de favores? ¿Es necesario usar la Vendimia para este tipo de acciones?


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