Opinión

Sinceramente, la ópera prima de Cristina, más Cristina que nunca

Por Marcelo Torrez.

El libro de Cristina, Sinceramente, tiene 594 páginas en las que se distribuyen diez capítulos y el epílogo. Allí mismo, en el epílogo, sobre el final, la ex presidenta les propone a los argentinos idear un nuevo contrato social que "exigirá -dice- también la participación y el compromiso de la sociedad, no sólo en los grandes temas, sino en la vida cotidiana. Sí compatriotas -anima la hoy senadora nacional- Tendremos que acordar cómo vamos a convivir y en qué condiciones antes de que sea demasiado tarde; porque así no va más".

Leer la ópera prima de Cristina debiese ser una experiencia ineludible y por qué no imprescindible para entender a la mujer que ha sido protagonista excluyente -y lo sigue siendo aún- de la centralidad de la política argentina. Sus adeptos, sus enamorados para siempre, aquellos que en el pasado reciente soñaron con una "Cristina eterna" cuando gobernaba el país, encontrarán en estas páginas los fundamentos que sostienen sus creencias y sus convicciones grabadas a fuego. Y aquellos que llegaron a odiarla visceralmente, los que mantienen y mantendrán con fiereza ese sentimiento de rechazo absoluto hacia su persona y hacia todo lo que significó, y sigue significando, el denominado kirchnerismo, se toparán con páginas -todas las del libro sin ninguna duda-, que le ratificarán la naturaleza de lo que sienten y piensan sobre la primera mujer del país que llegó a gobernarlo por el voto popular no una, sino dos veces, entre el 2007 y el 2015.

Se podría decir entonces que Sinceramente es un libro que fideliza al kirchnerismo más rancio y ratifica la oposición enconada y profunda de los que lo rechazan. Si fue pensado en una pieza destinada a convencer, a buscar nuevos adeptos, a seducir a desencantados con el gobierno de Cambiemos cuando nos acercamos a un proceso de elecciones crucial para el país, es probable que tal objetivo se transforme en un fracaso rotundo. Y si algunos piensan, tal vez, de que se trata del lanzamiento de Cristina hacia una nueva aventura por reconquistar la presidencia y arrebatarle el poder al político y empresario argentino, multimillonario, representante de las clases acomodadas y más ricas del país, como a lo largo de todo el libro se refiere directa o indirectamente hacia Mauricio Macri, pues deberán esperar un poco, porque sencillamente Cristina no da pistas de lo que hará. Sino más bien, y haciendo referencia a lo que escribe en verdad, si es que tiene pensado competir en las elecciones, la mayoría de los argentinos de a pie no conoceremos esa decisión hasta el último día posible, el 22 de junio, fecha prevista para la presentación de las listas de candidatos porque Néstor, según confiesa en estas páginas, le enseñó esperar hasta el último momento para no dar posibilidades de reacción a sus posibles contrincantes y competidores.

Cristina es más Cristina que nunca en Sinceramente. Adentrarse en las páginas de este verdadero best seller y gran suceso editorial como no pasaba en el país desde la publicación de la primera edición de la saga de Harry Potter, de acuerdo con datos divulgados en los últimos días, es hacer un viaje por las 121 cadenas nacionales que encabezó durante sus dos presidencias. Aquellas apariciones reunieron 4537 minutos, incluyendo las aperturas de sesiones ordinarias del Parlamento que inauguró en los ocho años al frente del gobierno, de acuerdo con un relevamiento que en el 2015 hizo, y dio a conocer, el diputado nacional radical y miembro de Cambiemos, el cordobés Mario Negri.

Cuando se avanza sobre las páginas, a Cristina se la escucha mientras se la lee. Términos como "¿perdón..?", el "oro y el moro", "soy la yegua", la "chorra", la "populista", van a apareciendo en este viaje en donde la ex presidenta por supuesto que no sólo se ocupa de defender su causa que es la continuidad de la que empezaron con su marido, Néstor en el sur del país, sino que decididamente tomó algunos hitos de toda la gestión, pensado y seleccionados cuidadosamente, para desentrañarlos a fondo y dar su versión de los acontecimientos: la lucha con las patronales del campo; su pelea con el grupo Clarín que atraviesa toda la obra, de punta a punta; el polémico memorándum con Irán; las obras públicas que dieron cuerpo, como se sabe, a las acusaciones directas sobre corrupción y lavado de dinero; la Ley de Medios; la relación con Bergoglio; sus encuentros con el líder ruso Vladimir Putin; sus hijos Máximo y Florencia; la enfermedad de ésta última; sus visitas a Cuba y el famoso encuentro con Fidel en la isla cuando se sospechaba que se encontraba muerto; en fin, acontecimientos de los cuales hace algunas revelaciones y muchas reconfirmaciones de lo que la pareja presidencial dijo e hizo en su momento para contrarrestar lo que dice fue un período de gobierno atacado por la oligarquía, por los ricos del mundo, el capitalismo salvaje y especialmente por los medios hegemónicos.

Pero Cristina sorprende, a algunos, con un ataque directo hacia quienes los votaron, tanto a ella como a su marido ex presidente, en contra en las sucesivas elecciones en las que fueron derrotados. Como en el 2009 y 2013 en la provincia de Buenos Aires, en el 2015 en la presidencial que le dio el triunfo a Macri y también en las elecciones de medio término del 2017. Hasta ahora, y menos públicamente, Cristina no había llegado tan lejos como con Sinceramente al reconocer su profunda frustración por esas elecciones. Brota resentimiento, cuando explica a su entender por qué la sociedad le dio la espalda a Néstor en Buenos Aires, primero con Francisco De Narváez y luego en el 2013 cuando Sergio Massa derrota a sus candidatos en la provincia más importante del país.

"Sin embargo, pese a todas las políticas desplegadas, a la formidable ampliación de derechos y a las políticas contracíclicas para contrarrestar la crisis global del 2008, sobrevino una derrota electoral muy dura de aceptar", escribe Cristina sobre la elección del 2009. "La presión mediática lanzada contra nuestro gobierno a partir de la crisis con las patronales agropecuarias, a la que se sumó el rechazo de las corporaciones por la estatización de las AFJP, nunca se detuvo e impactó electoralmente. Igualmente, que la gente haya preferido elegir a Francisco de Narváez pudiendo haber votado a Néstor, creo que es algo que nunca voy a justificar. Que UniónPro, encabezada por De Narváez haya obtenido el 37,5 por ciento y nosotros con el FPV el 32,11 por ciento, fue muy duro para Néstor y para mí (...) En esas elecciones de medio término el pueblo tuvo la posibilidad de elegir a la persona que tan sólo cuatro años antes, los había sacado del infierno y sin embargo votaron a De Narváez. Es algo que nunca voy a comprender y menos aún, reitero, a justificar. Algunos dirán ?¿Por qué no hace autocrítica? Perdón... ¿Solamente los dirigentes tienes que hacer autocrítica? ¿Las sociedades no se autocritican? ¿no se analizan retrospectivamente?'. Y de inmediato, compara ese hecho, ese acontecimiento político, esa decisión popular por medio del voto, con la autocrítica del pueblo alemán respecto del nazismo.

Las páginas revelan por qué no le entregó el bastón de mando a Macri. Y allí afirma que nunca iba a estar dispuesta a ese acto que Cambiemos, según afirma, lo pretendía como una suerte de rendición: "Muchas veces, después del balotaje, pensé en eso que finalmente no se dio: yo, frente a la Asamblea Legislativa, entregándole los atributos presidenciales a... ¡Mauricio Macri! Lo pensaba y se me estrujaba el corazón. Es más, ya había imaginado cómo hacerlo: me sacaba la banda y, junto al bastón, los depositaba suavemente sobre el estrado de la presidencia de la Asamblea, lo saludaba y me retiraba. Todo Cambiemos quería esa foto mía entregándole el mando a Macri porque no era cualquier otro presidente. Era Cristina, era la loca, la yegua, la soberbia, la autoritaria, la populista en un acto de rendición".

El libro olvida, también, aspectos fundamentales de sus presidencias. Aspectos que ni siquiera son mencionados al pasar. No habla de la tragedia de Once que se produjo por la falta de inversión en los ferrocarriles, no menciona la inflación, ni los bolsos de José López, ni cómo su gobierno financió a las barras bravas del fútbol que viajaron a los mundiales bajo el nombre de "barras unidas". Tampoco se menciona algo sobre la causa de los Sueños Compartido y esa cantidad de dinero que se giró a la fundación de las Madres de Plaza de Mayo para construir viviendas sociales y de los cortes de energía eléctrica menciona que cuando los reconoció en un acto público, en una oportunidad, Clarín hizo con eso una tapa catástrofe en su contra.

En el libro, Cristina vuelve a atacar a los sectores de la oposición con saña y furia, pese a que sobre el final propone reconfigurar el país sobre la base del amor y la comprensión. Es visceral y mortífera con las decisiones de sectores que no estuvieron de acuerdo con sus políticas e incluye allí al sector gremial. Relata que cuando quiso modificar el impuesto a las ganancias, los gremios más fuertes se opusieron porque se negaban a que sus afiliados jerárquicos pagaran el impuesto. Y una vez más, lo hace con cierto resentimiento. Dice Cristina: "Los dirigentes sindicales que estuvieron durante nuestra gestión son los mismos que estuvieron antes de que llegáramos al gobierno y, en su gran mayoría, son los mismos que hoy permanecen. Están hace décadas en sus gremios y, sin embargo, al repasar la historia de sus sindicatos, de sus trabajadores, de los derechos conquistados y de sus convenios colectivos de trabajo, no hubo período más fructífero para ellos que los doce años y medio del kirchnerismo. En realidad, a esta altura creo que más que buenos dirigentes sindicales los trabajadores deberían votar buenos gobiernos. Es un tema que me desvela: ¿cómo el ser humano puede cometer esos errores y no darse cuenta que está atentando contra sus propios intereses?".

Y en esa catarsis se apoya en Axel Kicillof. "Me decía Axel: y pensar que todos estos sectores revivieron con el kirchnerismo, especialmente los jubilados, y se nos pusieron en contra por falsos problemas que se magnificaron mediáticamente".

Supone que su proyecto fue desalojado del poder por mentiras engañosas que se propalaron por la prensa hegemónica, con Clarín y La Nación a la cabeza. Pero no menciona nada sobre que la postura de aquellos gobiernos fue tenazmente defendida por ese pull de medios que creció financiados con fondos públicos. Revela un costado sorprendente, también, que alguno quizás podría intuir o imaginar, pero no con la magnitud de lo que está escrito en Sinceramente sobre los sectores medios que le dieron la espalda votando una cosa distinta a lo que ella y su proyecto significaban.

"No es difícil, por ejemplo, encontrar a la empleada de una casa de familia que dice que no está de acuerdo con la AUH porque 'no trabajan y les pagan' y que ella se levanta muy temprano en la mañana para ir a trabajar'... Es todo un tema y hay que abordarlo desde lo sociológico, psicológico y económico, en toda su complejidad", sostiene y más adelante, un dejo de la Cristina con sed de venganza, aflora cuando afirma: "Tengo una tendencia a conocer la historia y creo que en algún momento todo vuelve".

"Hace unos días -escribió Cristina- vi por televisión un reportaje que le hacían a un hombre de barrio, bien moreno, que decía: 'Yo lo voté a Macri'. Cuando lo escuché, me pregunté: ¿qué pensaba ese hombre? ¿qué lo iban a invitar al Jockey Club o a Punta del Este por votarlos? Porque también existe esa variable, lo aspiracional, el deseo de pertenecer".

Cristina alude a sus abuelos, en especial a su abuela Amparo a quien menciona por sus constantes críticas que hacía a los vagos, a los que no trabajaban o que pretendían todo de arriba. Cristina cuenta que sus abuelos hicieron lo que hicieron trabajando de sol a sol. Pero confiesa que ella no podía entender que sus abuelos cuestionaran a los que consideraban vagos y que le pedían todo al Estado. "Ellos hicieron lo que hicieron, también, producto de un momento económico del país que les permitió hacer eso.

En esa línea de cierto desprecio por los que no piensan como ella, relata su paso por la universidad a la que llegó siendo una joven de clase media y de padres trabajadores. Escribe Cristina: "Tuve la oportunidad de ir a una escuela y universidad pública de calidad y hay que ser conscientes de que eso no es algo que suceda en otros países de la región. ¿Vos no sos peronista? ¿Sos antiperonista?, pero ¿y tus vacaciones?, ¿tus aguinaldos?, ¿tus derechos a sindicato, a la obra social, a que no te echen sin indemnizaciones? Todo eso ¿quién te lo dio? Porque la mayoría de esos derechos no existen en ninguna parte de América Latina, sólo se encuentran en la Argentina y, esencialmente, se deben al fenómeno peronista".

Para la ex presidenta, en resumen, fue el Estado conducido por ella y antes por Néstor el que les cuidó los salarios durante doce años y medio a muchos de los que decidieron votar por Cambiemos, a través de paritarias libres y tarifas subsidiadas, "pero no lo pudieron comprender, en gran medida, por los medios de comunicación", afirma con contundencia.

Cristina carga contra el capitalismo, desde ya. Dice que como en el pasado el capitalismo y la profusión de sus ideas permitieron vender sus productos, fundir competidores y someter clientes, ahora sirven, las mismas metodologías, para vender un producto virtual o subjetivo: creencias, allí donde residen -dice- todas las pasiones, pero también lo irracional, lo pulsional.

Cristina vuelve al ruedo, a la centralidad de la política que nunca dejó de protagonizar. Hoy, desde las 20, buena parte del país se paralizará cuando presente Sinceramente, en la Feria del Libro de Buenos Aires. ¿Lo hará recargada y con sed de venganza? ¿o más bien como "una yegua herbívora", según aclara en su ópera prima?

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