El fracaso crónico

Por Marcelo Torrez.

Todo indica que el año será muy complicado y difícil para los argentinos. A las malas noticias que no dejan de aflorar para los gobiernos, el provincial como el nacional, se suma la nula voluntad de la oposición, más concentrada en restar que en sumar algún aporte para salir del mal clima. Esto que ocurre no es propio de la oposición peronista, la que ingresó en modo electoral para buscar la competitividad que le podría dar la posibilidad de alcanzar el triunfo en los dos escenarios. En su momento, el radicalismo de Alfredo Cornejo trabó cualquier intento legislativo para que las cuentas públicas de la provincia, por entonces gobernada por el peronismo, consiguieran algo de paz, algún alivio y se pudieran estabilizar hacia el fin de la gestión de Francisco Pérez; una administración signada por las malas políticas y decisiones asumidas y librada a la buena de Dios por el gobierno de Cristina Fernández.

Dicho esto, se podría entonces desdramatizar el momento. Se podría acotar que se trata de puras triquiñuelas (usando el mismo término al que apeló Alfredo Cornejo para despotricar contra la oposición) de la política tras el objetivo de encontrar su lugar, pelear espacios de poder, conseguir visibilidad y ponerse a tiro del paladar de los mendocinos, o de los electores en general del país que en breve comenzaremos a visitar las urnas, en las PASO y las generales.

El punto que inquieta, a quienes observamos este festival de acusaciones y chicanas, es la indiferencia que la misma política tiene para con los problemas que han enfermado al país y a la provincia. En Mendoza, sin ir más lejos, se vuelve a menear la crisis crónica de la vitivinicultura cuando estamos a menos de un mes del arranque de la cosecha fuerte, cuando no se tiene precio de la uva, cuando sobra el vino y no se sabe qué hacer con él o de qué manera exportarlo. Entonces si bien debiese aparecer como normal que unos y otros, el que gobierna como quien espera su turno desde la oposición, mantengan visiones distintas, han puesto el acento en trivialidades. Compiten en los medios para ver cuál es el más creativo en la crítica hacia el otro y cuál de todas las ocurrencias consigue el aplauso más importante de la platea.

Es que ya no hay debate político en la Argentina, entre los políticos. Lo que dejan ver son manifestaciones de odios, rencores y resentimientos en sintonía con los extremos de la grieta que vive en la sociedad. Pero como ya lo hemos manifestado muchas veces, debaten, actúan y se sacan los pelos para los pocos fanatizados que le dan vida a la fractura ideológica. Cerrazón e intolerancia a más no poder.

En el escenario nacional este fracaso que vemos en Mendoza, es mucho más obsceno. Siempre lo fue. Obsceno y escandalosamente frustrante. Porque lo que debió haber sido una oportunidad para elevar el debate, el hecho de que Mauricio Macri se haya visto obligado a buscar acuerdos legislativos por gobernar con minorías en las cámaras, a congeniar, a negociar en el sentido amplio del término resignando para ganar por otro lado, resultó ser un espectáculo de circo romano. Y lo que hoy festeja la oposición, o parte de ella, ese panorama dantesco que refleja indicadores económicos absolutamente negativos, desesperanzadores, resulta ser en verdad un baile de locos e inconscientes en la cubierta del Titanic.

¿Hay solución a semejante imagen de zombis comiéndose entre sí? La habría, claro que sí, si la misma política tomara conciencia de lo que han generado provocado por varios años.

La misma política se olvidó de lo que le ocurrió al país en el 2001. Y los emergentes de aquellos años, los nuevos, los que remplazaron a algunos de los culpables de aquel estropicio institucional, económico, social y cultural, esos en los que se concentraron buenas expectativas para cambiar el eje de la discusión, el estilo, los modos y el rumbo, vinieron peores que aquellos.

Esa es la impotencia que embarga a muchos. Haga un conteo mental y en silencio. Tómese unos minutos, no muchos, para repasar cada uno de los integrantes del gabinete nacional del gobierno de Macri, incluya al propio Macri en el análisis; haga lo propio con el gobierno provincial; trate de recordar el nombre de cada uno de los legisladores nacionales y provinciales que haya visto por ahí, a los que haya escuchado hablar por radio u observado en cualquier debate televisivo. Dan pena. Su miopía, su falta de responsabilidad, su ignorancia para comprender y hacerse cargo de lo que representan. Y no me venga con eso de que es, en definitiva, "lo que hay". No me resigno a tantas derrotas.

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