¿Todo tiempo pasado fue mejor?

La realidad y las urgencias están llevando algunos referentes de la política -y no precisamente de los actuales, de los que protagonizan la escena del momento-, a llamar la atención sobre la falta de acuerdos básicos en la sociedad para darle algún tipo de batalla con posibilidades de éxito a las desventuras del presente.

Qué ha sido si no, acaso, el fracaso del gobierno y de la oposición para dar en la tecla con las transformaciones que requiere la economía, la política impositiva, la monetaria que sufre una corrida constante y sostenida de más de medio año, la ausencia de horizontes más o menos claros que den alguna esperanza de un cambio favorable a lo que existe e impera, las causas que han provocado que algunas de las viejas figuras de la política y de la institucionalidad mendocina aparezcan ahora, con algunas propuestas vagas, pero más que nada con un fuerte llamado de atención sobre la miopía que padece la clase dirigente para conducir exitosamente una salida de la crisis.

Los ex gobernadores peronistas Rodolfo Gabrielli y Arturo Lafalla, ambos casi al unísono, pero por diferentes vías, se han referido a los males de un ahora que se ha extendido por demasiado tiempo como para seguir siendo tolerado con paciencia por la mayoría, en especial por una mayoría compuesta por los sectores medios y medios bajos en colapso por el impacto negativo de todos los índices económicos, básicamente.

¿Tienen, ambos, algo demasiado trascendente, inédito, esperanzador y posiblemente milagroso y sanador para ofrecer? Poco en verdad, si se analiza desde esos objetivos que funcionan como interrogantes frente a las urgencias del momento. Sus gobiernos fueron duramente cuestionados mientras estaban al frente y quizás mucho más con el paso de los tiempos. El de Gabrielli, por caso, fue auscultado casi con obsesión por el propio Lafalla que fue quien lo sucedió.

El último gobernador de aquel Equipo de los Mendocinos, Lafalla, colocó a una de sus funcionaras predilectas, Ana María Mosso, su ministra de Hacienda, a estudiar minuciosamente las cuentas del gobierno de Gabrielli que había heredado. Y al poco tiempo de realizada esa suerte de auditoría, les dijo a todos los mendocinos que había recibido un Estado mal administrado y fuertemente endeudado. Aquella fue una pelea política dura que dejó heridas que, incluso tantos años después, no han terminado de cerrar del todo.

Y el de Lafalla terminó siendo castigado más por el propio peronismo que por el radicalismo que le arrebató el poder en 1999 con Roberto Iglesias. Es que Lafalla se encargó de impartir un férreo control sobre el funcionamiento del Estado implementando una suerte de seguimiento de las metas y del actuar de sus funcionarios que por poco maniató a la propia administración. Pero además son pocos los que le perdonan, todavía, haber conducido a las empresas del Estado de aquel entonces, como el Banco Mendoza, hacia su privatización y posterior liquidación ya en manos de los privados que lo adquirieron. También se liquidó la por entonces estatal EMSE, una maniobra harto criticada y cuestionada, aunque con lo cobrado se pudo terminar de pagar el gasto que demandó la construcción del dique Potrerillos. Pero, a la vez, Lafalla condujo una de las pocas políticas de Estado que se recuerden más o menos exitosas de los últimos tiempos: la denominada reforma policial o del sistema de seguridad que se llevó adelante sobre el fin de su gobierno. Sobre esto, resulta objetivo reconocer que aquello fue el punto de inflexión que permitió comenzar a extinguir los vestigios de la vieja y brava policía emparentada con la dictadura que todavía imperaba en la provincia.

Gabrielli es recordado en el peronismo como un gobernador de estilo generoso y contenedor; Lafalla por haber querido entronizar a Mendoza como una suerte de "isla de la transparencia". Ambos, sin embargo, dejaron, a la vez, tras su paso, una estela incómoda, contradictoria, con blancos y negros, como todo.

Hoy Gabrielli y Lafalla coinciden en la necesidad de unir al peronismo para transformarlo en una alternativa a Cambia Mendoza. Ambos hablan de un barajar y dar de nuevo. El punto a resolver es cómo llegar al objetivo en medio de tanta diferencia y grieta instalada, además de la distancia abismal que parece separarlos de la conducción. Lafalla, advierte, sin embargo, que si no hay una severa autocrítica de lo hecho en los últimos años cuando el peronismo gobernó, difícilmente se logren buenos y trascendentes objetivos, aunque el peronismo llegara a alcanzar el poder como resultado del fracaso del actual oficialismo.

Pero el punto a analizar es por qué hoy aparecen ambos en el peronismo, sugiriendo, proponiendo y provocando alguna que otra suspicacia bien o mal intencionada a su alrededor. No hay dudas de que hay que concentrarse, para explicarlo, en la actualidad del propio peronismo, envuelto y dominado por las carencias y ausencias. Carece de representatividad convincente, en primer lugar y de una visión estratégica amplia que logre sacarlo, en general, del resentimiento por la pérdida del poder y de su confrontación total, sin soluciones alternativas que no sean las de una vuelta al pasado reciente.

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