columna política

El extremismo pendular, esa tragedia argentina sin solución

El nuevo gobierno llegó y cambió. Del Estado prepotente, mesiánico y autoritario se ha pasado a uno indiferente, en apariencia insensible y libre pensador. Los que estaban mal, siguen igual de mal o peor. Los que estaban bien, aunque maltratados antes por estar bien, hoy están mejor. El equilibrio, el control justo y las oportunidades iguales para todos, siguen ausentes.

El primer año de gobierno de las nuevas administraciones, la de Mauricio Macri en la Nación y la de Alfredo Cornejo en la provincia, además de contar con coincidencias políticas e ideológicas y visiones de diagnóstico, y posiblemente de acción, comunes, se han expuesto también a la presión de grupos económicos y políticos que se resienten por la pérdida de una posición que los beneficiaba hasta no hace mucho.

Esas expresiones de fastidio ya se explicitan y materializan con mayor regularidad, tienen visibilidad, nadie puede esconderlas o subestimarlas aunque alguno lo pretenda pero, además, suman el acuerdo de una porción mayoritaria de la sociedad que es a lo que ambos gobiernos debiesen prestar atención porque allí reside la base que los catapultó al poder.

En las expresiones críticas, se mezcla el dolor y la angustia de aquellos que venían igual de mal de lo que lo están ahora con el cambio de gobierno y para los que no había soluciones ni atenciones a la vista, con los que gozaban de un nivel de beneficio cuasi discriminatorio por parte de las políticas que se implementaban.

El kirchnerismo, para desestabilizar con sus disparos al gobierno de Macri, se permite cuestionarlo con el latiguillo de que el cambio, o el camino hacia lo nuevo, no ha sido otra cosa que producir una fenomenal transferencia de recursos hacia los sectores concentrados identificados en la Pampa Húmeda o a otros, como el de las mineras a los que la eliminación de las retenciones les ha posibilitado extraer toda la riqueza del suelo argentino y transferirla a sus casas madres en el exterior sin volcar nada en nuevas inversiones en el territorio.

A lo que no alude el kirchnerismo residual es al grado de descomposición general que sufrió la economía argentina durante todo el segundo período de gobierno de Cristina Fernández. En esos años se disparó la inflación, la actividad general agravó su retracción y las economías regionales que no despegaron nunca de acuerdo con el envión que tuvo el país por la mejora internacional de los precios de los commodities, se fueron descomponiendo de forma paulatina. Allí están los miles y miles de trabajadores que fueron expulsados silenciosamente de la actividad agropecuaria e industrial de Mendoza y que obligó, en su momento y cuando el sol no podía taparse más con un dedo, al gobierno de Francisco Pérez a buscar ayuda nacional a través de fondos para sostener el empleo y asistir a las Pymes en situación de crisis.

La descomposición generalizada se fue agravando con el fastidio por los métodos y las formas. Por el famoso estilo. El accionar provocador y patotero de la Secretaría de Comercio de Guillermo Moreno sobre el fin de la gestión de Cristina dejó de dar sus frutos para contener los precios de la canasta básica.

Tampoco pudo, sobre ese final, mantener a raya a los grupos concentrados formadores de precios que le perdieron el temor, para mal de los asalariados de la clase media y media baja argentina. La respuesta fue ahondar la vigencia de ese supuesto Estado benefactor desviando recursos que debieron financiar la obra pública a sostener, a lo que diera lugar, un nivel de consumo de la población que disimulara la enfermedad terminal que se había apoderado de la industria nacional que se pretendía proteger y de las maltratadas economías regionales. La economía de Mendoza ha sido un claro ejemplo de lo que vino sucediendo desde varios años atrás.

Ahora, esas economías olvidadas, como la de Mendoza, la de algunas provincias patagónicas y las del norte del país siguen peor de lo que estaban. A lo que se suma una profunda crisis del comercio en medio de una situación de estancamiento con inflación que la nueva administración no le encuentra la vuelta.

El gobierno de Alfredo Cornejo sufre la falta de respuesta del gobierno de Macri para esos sectores que venían mal y siguen igual de mal o peor. Entonces se ha concentrado a reformar el Estado, uno de los únicos frentes en los que puede avanzar con facultades y resultados. Para todo lo demás, debe callar y apelar a la prudencia, a mantener las formas, porque en privado se sale de la vaina para cuestionar el tiempo que se ha tomado Macri y su gente en responder a las demandas.

Los frutihorticultores del Alto Valle de Río Negro y Neuquén llevaron sus reclamos a la Plaza de Mayo y con eso expusieron, también, los viejos dramas de los productores del Valle de Uco mendocino. Se viene otra manifestación de la misma magnitud con los pequeños y medianos productores lecheros de Santa Fe, los que llegarán a la misma plaza para repetir lo que ya hicieron quince días atrás en Rafaela: regalar un litro de leche en sachet y exponer sus graves problemas de rentabilidad.

En Mendoza, se sabe, los sectores compiten para ver cuál de todos es el que peor está. La construcción, por caso, espera las demoradas obras públicas prometidas desde la nación para levantar cabeza. Los hormigoneros están que trinan por la falta de intervención del Estado y la indiferencia para regular, en parte, los abusos de los que conducen a placer el mercado del cemento, dominado por un oligopolio cartelizado. Con la obra privada en recesión, la situación de este sector se agrava por el aumento sostenido del cemento.

En la región el precio de este insumo es dominado por Holcim, Loma Negra y Cementos Avellaneda. Entre noviembre del 2015 y lo que va del año, el cemento ha sufrido seis subas. El último informado regirá desde el 1 de setiembre próximo. Estas empresas, además, imponen las condiciones de pago a quienes les venden: siete días desde la fecha de la factura, cuando el resto del mercado se está manejando con hasta 120 días de financiación. Las hormigoneras, dicen además, que no pueden trasladar el precio a sus clientes porque, entre otras consecuencias, los pierden.

Ejemplos como el de este sector abundan en la economía del país. La tragedia argentina pasa por los extremos y por la ausencia absoluta de equilibrio. De la tozudez, de la prepotencia y del abuso se pasa sin escalas a liberación extrema de todas las variables donde, como ya se sabe, aquel que tiene más espaldas impone su condición. Es allí en donde el Estado tiene que aparecer y aún no lo hace. Los poderosos que estaban bien hasta diciembre del 2015, siguen igual de bien con las nuevas condiciones; los chicos y medianos que habían perdido mercado, rentabilidad y competitividad siguen igual de mal; la clase media y media baja sigue sufriendo la inflación y la ausencia de horizontes que atenúen el sufrimiento. Y el Estado pasó del bandolerismo resentido hacia la iniciativa privada a una indiferencia temeraria, sin control sobre los abusos y sin darle contención y pocas esperanzas a los que más lo necesitan.

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